Mientras la mayoría de los niños de 8 años hacen ecuaciones, colorean mapas o practican caligrafía, Cesar Alejandro Reyna Carrillo alterna ese mundo escolar con otro que vibra entre micrófonos, directores y salas de grabación. Su vida transcurre en una coreografía curiosamente armoniosa: por la mañana resuelve multiplicaciones, por la tarde multiplica voces.
Un día dividido entre lápices y audífonos
La jornada de Cesar Alejandro empieza como la de cualquier niño: uniforme, desayuno y mochila. Pero dentro de esa mochila viajan dos universos.
En un compartimento, los cuadernos y tareas; en el otro, un cuadernillo de guiones subrayados, pequeños recordatorios de entradas y notas que ha aprendido a leer con la precisión de quien entiende que una palabra puede sostener toda una escena.
Cuando sale de la escuela, su ruta a veces gira hacia un estudio de doblaje donde lo esperan llamados de ambientes, multitudes y voces incidentales. Cambia de escenario, pero no de actitud: sigue siendo el niño curioso que observa todo, aunque ahora dentro de una cabina acolchada que parece una nave silenciosa.
La convivencia entre dos mundos que se alimentan mutuamente
Cesar Alejandro vive una dualidad que no lo divide, sino que lo expande. La escuela le da disciplina, vocabulario y estructura; el doblaje le regala imaginación, oído y una sensibilidad casi magnética para el detalle sonoro.
En clase, cuando la maestra pide lectura en voz alta, su dicción sorprende. Su voz cae con la cadencia precisa que ha aprendido en cada sesión de grabación. En el estudio, cuando improvisa risas, murmullos o pequeños gritos de fondo, su espontaneidad escolar le sirve de brújula.
Ambos mundos dialogan. Se contaminan de forma luminosa.
El reto familiar: equilibrio y acompañamiento
El crecimiento de un niño actor de doblaje no ocurre en solitario. La familia de Cesar Alejandro se ha convertido en su equipo técnico invisible. Ajustan horarios, planifican traslados, resguardan espacio para jugar, hacen malabares para que la infancia nunca quede desplazada por la profesión.
Primero las tareas; después, los llamados. Esa regla se respeta como un pequeño ritual. Y cuando las grabaciones terminan temprano, él vuelve a casa para repasar ciencias o colorear un diagrama. No pierde el hilo escolar, aunque su voz viaje por mundos paralelos.
La madurez que nace frente al micrófono
A pesar de su corta edad, Cesar Alejandro ha desarrollado una presencia que muchos adultos tardan años en conseguir. Sabe esperar indicaciones. Sabe repetir tomas. Sabe ajustar un tono sin perder frescura. Su forma de trabajar revela una mezcla de juego y responsabilidad que lo convierte en una pieza valiosa en las producciones donde participa.
Los directores destacan su capacidad para entrar en personaje aunque su intervención dure apenas segundos: una risa perdida entre la multitud, un “oye, ven” en un patio animado, un jadeo que acompaña una carrera.
Una rutina que construye un futuro brillante
En este vaivén entre tareas y guiones, Cesar Alejandro crece con una brújula singular. Mientras otros niños descubren oficios en libros de texto, él ya palpa una profesión desde adentro. La escuela y el doblaje no compiten: se sostienen, se complementan, se equilibran.
Quizá por eso su historia resuena como la de un niño que vive dos vidas sin dejar de ser uno solo. Un niño que estudia fracciones y, casi en la misma respiración, aprende a fraccionar emociones para envolverlas en su voz.
Y así, entre cuadernos y cabinas, Cesar Alejandro Reyna Carrillo sigue demostrando que la infancia puede ser un escenario amplio y lleno de ecos… siempre que haya un micrófono listo para escucharlos.






